lunes, 24 de noviembre de 2008

BEATIFICACIÓN DE TOMÁS DE SAN AGUSTÍN

La Beatificación de nuestro hermano agustino Tomás de San Agustín, junto con otros 187 mártires (cuatro jesuitas, 183 laicos) en Nagasaki, Japón, el 24 de noviembre, es una ocasión de comunión de nuestra Iglesia, y especialmente con la Iglesia del Japón.

El Bto. Tomás fue el primer japonés en ser ordenado sacerdote en la Orden, y su testimonio, en vida y en muerte, es una fuente de inspiración para los seguidores de Jesucristo, y, de modo especial, de nosotros que nos hemos comprometido a vivir en el espíritu de san Agustín.Tomás nació en una devota familia cristiana, hacia el año 1600, en Omura, Japón, cerca de Nagasaki, cuando las sombras de una violenta y sistemática persecución amenazaban la fe de la comunidad, después de que el cristianismo fuera declarado fuera de la ley en 1587.

Procedía de una familia sencilla, pero distinguida por la nobleza del martirio cristiano: sus padres habían sido asesinados por la fe, así como todos sus hermanos.El joven Tomás fue expulsado de su tierra nativa y enviado a Macao, donde continuó sus estudios. Regresó a Japón en 1620, y comenzó a trabajar como catequista y predicador. Durante estos años experimentó por primera vez el peligro que llevaba consigo la vida de un misionero. Esta misma experiencia hizo nacer en él, un ardiente deseo de dedicar su vida a Dios como sacerdote, ya que aprendió por sí mismo cuán importantes eran los sacramentos para fortalecer a los cristianos que vivían en tiempos de persecución. Entonces fue cuando encontró un agustino, cuya vida le impresionó de tal modo que decidió entrar en la Orden. Así Tomás se dirigió a Manila, Filipinas, en 1622, y pidió entrar en la Orden en el “Convento San Agustín”, Intramuros, Manila.

Tomás fue así el primer japonés que solicitó ser admitido en la Orden, y el 26 de noviembre de 1623, recibió su hábito de novicio; un año después hizo su profesión de votos como agustino. Entonces fue enviado a Cebú, donde completó sus estudios de teología y fue ordenado sacerdote, en 1627 o 1628. Aunque al principio fue asignado a las Comunidades de Filipinas, Tomás deseaba estar cerca de los que sufrían persecución, y, tras haber superado numerosas dificultades, incluso dos naufragios, pudo finalmente regresar a Japón en 1631.Poco después de su regreso se enteró de que el P. Bartolomé Gutiérrez, el Superior de los agustinos en aquel tiempo, había sido encarcelado. Para entrar en contacto con él, dio un paso arriesgado: se puso a trabajar como mozo en las caballerizas del palacio de tribunales, y así visitaba al Padre Gutiérrez en la prisión todos los días, animándole y sosteniéndole.

Durante el día trabajaba como el encargado de las cuadras, mientras que por la noche, como Padre Tomás, iba secretamente de casa en casa, fortaleciendo a los débiles, dando ánimos a quienes los habían perdido, celebrando la Eucaristía, oyendo confesiones, e incluso haciendo nuevos conventos. Después del martirio del P. Gutiérrez en Nishizaka, junto con otros, en septiembre de 1632, el P. Tomás se escondió para seguir asistiendo pastoralmente a los cristianos perseguidos.

No mucho después del regresó de Tomás a Japón, su retrato fue expuesto al publico en numerosos lugares, con la inscripción, “¡No escondáis a esta persona! Si sabéis donde está, denunciadlo”. Era la primera vez que se hacía uso en Japón de pasquines con retratos para atrapar a un fugitivo. Su imagen fue difundida tan ampliamente, que su cara llegó a ser muy conocida en toda la región, y le resultaba extremadamente difícil esconderse.

Al principio, se escondió en lo profundo de las montañas, en una pequeña cueva. De día se quedaba en esta cueva, y por la noche salía a visitar a los cristianos, administrar los sacramentos, intentando animar y fortalecer a cada uno de ellos. Cuando fue claro que la “Roca de Yihyoe” ya no era segura, Tomás se fue a otra, en la bahía de Nagasaki, en el lugar hoy conocido como Tomachi, desde donde se las arreglaba para ir y volver de la ciudad de Nagasaki. Finalmente, el 1 de noviembre de 1636, el P. Tomás fue arrestado en Nagasaki. Y entonces su actividad misionera fue bruscamente interrumpida. Pero no su testimonio. Fue sometido a más de seis meses de interrogatorios, y a toda una serie de torturas: “mizuzeme” o tortura del agua, en la cual la víctima es obligada a tragar grandes cantidades de agua; le metían agujas bajo las uñas hasta los nudillos; le atravesaban y rasgaban la piel con cañas de bambú terminadas en puntas de metal. El propósito de estas torturas no era la muerte, sino quebrantar su espíritu y hacerle renegar. Pero el P. Tomás sostuvo todo con increíble valor.

Finalmente, los magistrados decidieron su ejecución, colgándole cabeza abajo hasta su muerte. Se dice que fue el 21 de agosto de 1637. Iban con él a la ejecución otros doce hombres y mujeres, la mayoría Terciarios agustinos y miembros de la Cofradía de la Cintura, que le habían dado refugio. Dos días después, sin embargo, cuando siete de ellos habían ya fallecido, el P. Tomás, que estaba inconsciente, pero que no había muerto, fue sacado del pozo, llevado de nuevo a su celda y curado, con el único propósito de someterle a nuevos interrogatorios. A pesar de la crueldad de las torturas inflingidas, Tomás no dijo nada. Entonces se hizo circular el rumor de que el P. Tomás había sido sacado del pozo porque había renegado de la fe. Las autoridades esperaban que esto habría desalentado a los cristianos, y les llevaría a abandonar la fe. Pero lo que sucedió dos meses y medio después habla por sí solo. El P. Tomás, junto con otros cuatro cristianos que le habían dado refugio, fue de nuevo condenado a muerte en el pozo. Tan pronto como fue sacado de la prisión, comenzó a proclamar en alta voz: “La fe en Cristo dura para siempre”, y “Voy a la muerte porque amo a Jesús y creo en Él”. Para hacerle callar, los verdugos le amordazaron, y un heraldo iba por delante del cortejo diciendo: “Tomás ha renegado de la fe”, pero él negaba vehementemente, moviendo su cabeza para mostrar su desacuerdo.

Llegado de nuevo al lugar de la ejecución, su cuerpo ya no pudo más, y fue el primero de los cinco en morir, el día siguiente de ser colgado en el pozo. Era el 6 de noviembre de 1637, y tenías 35 años. Su ministerio sacerdotal, que duró aproximadamente diez años, fue ejercido viviendo en grutas, sufriendo frías noches en los bosques, siempre huyendo de sus perseguidores. Podemos usar varios epítetos para describir la vida y la persona del P. Tomás de San Agustín; por ejemplo, un hombre tenaz y decidido, de gran coraje y sin miedo, de una incomparable paciencia, con una pastoral dinámica y creativa, y así podríamos seguir. Pero ante todo y por encima de todo fue un testigo de Cristo.

El 4 de noviembre de 2008, Tomás de San Agustín será beatificado en Nagasaki.
Su celebración litúrgica anual será el primero de julio. Celebrar la memoria de nuestros mártires agustinos nos ofrece una magnífica oportunidad para renovar nuestra propia fe, y para abrir nuestros corazones a la imitación de un testimonio de Jesucristo y del evangelio tan valiente y generoso. En nuestro mundo actual, muchos de nosotros no estamos sometidos a peligros físicos por confesar la fe, pero podemos encontrarnos en situaciones de indiferencia, o de directa oposición al mensaje de Cristo y a la enseñanza de la Iglesia. La fuerza y el valor del Bto. Tomás de San Agustín puede fortalecernos al renovar nuestro compromiso de dar nuestras vidas al servicio del Evangelio.