Ante los miles de fieles reunidos, el Santo Padre explicó que en la Resurrección de Cristo "estriba la solución del problema que plantea el drama de la Cruz. Sólo con la Cruz no se puede explicar la fe cristiana. El misterio pascual consiste en que el Crucificado 'resucitó al tercer día según las Escrituras'. Este es el punto clave de la cristología paulina: todo gira en torno a este centro de gravedad. Aquel que fue crucificado y que manifestó así el inmenso amor de Dios por el ser humano, ha resucitado y vive en medio de nosotros".
Tras afirmar que "la originalidad de la cristología de San Pablo no se contradice nunca con la fidelidad a la tradición", el Pontífice destacó que "San Pablo nos da también el modelo válido en todas las épocas de cómo se elabora la teología. El teólogo, el predicador, no crea nuevas visiones del mundo o de la vida, está al servicio de la verdad transmitida, del hecho real de Cristo, de la Cruz, de la Resurrección. Su tarea es ayudarnos a entender hoy, detrás de las viejas palabras, la realidad del Dios con nosotros y así la realidad de la verdadera vida".
"San Pablo, anunciando la resurrección, no se preocupa de presentar una exposición doctrinal orgánica: afronta el tema respondiendo a las dudas y preguntas concretas que le planteaban los fieles. Se concentra en lo esencial: hemos sido 'justificados', es decir convertidos en justos, salvados por Cristo, muerto y resucitado por nosotros. Se nota, ante todo, el hecho de la Resurrección, sin el cual la vida cristiana sería absurda".
"Para Pablo, como para otros autores del Nuevo Testamento, la resurrección está ligada al testimonio de los que tuvieron una experiencia directa del Resucitado", dijo luego el Papa e indicó que "se trata de ver y oír no sólo con los ojos o los sentidos, sino también con una luz interior que lleva a reconocer lo que los sentidos atestiguan como dato objetivo. Pablo da una importancia fundamental al tema de las apariciones, que son condición para la fe en el Resucitado. Así se forma la cadena de la tradición que, a través del testimonio de los apóstoles y de los primeros discípulos, llega a las generaciones sucesivas y a nosotros".
"El primer modo de expresar este testimonio –señaló Benedicto XVI– es predicar la resurrección de Cristo como síntesis del anuncio evangélico y como punto culminante de un itinerario salvífico". Para el Apóstol, la resurrección asume una importancia capital porque "consiste en que Jesús, elevado de la humildad de su existencia terrena, es constituido Hijo de Dios con potencia".
"Con la resurrección comienza el anuncio del Evangelio de Cristo a todos los pueblos, comienza el Reino de Cristo, cuyo poder no es otro que el de la verdad y el amor. La resurrección desvela definitivamente cuál es la identidad y la dignidad incomparable y altísima del Crucificado: Jesús es Dios, Señor de los muertos y de los vivos".
Seguidamente, el Papa remarcó que "la teología de la Cruz no es una teoría; es la realidad de la vida cristiana. Vivir en la fe en Jesucristo, vivir la verdad y el amor implica renuncias diarias, implica sufrimientos. El cristianismo no es el camino de la comodidad; es, al contrario, una escalada exigente, iluminada por la luz de Cristo y por su gran esperanza".
Finalmente, el Santo Padre explicó que "en síntesis, el verdadero creyente se salva profesando con la boca que Jesús es el Señor y creyendo con su corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos. De este modo se inserta en el proceso por el que el primer Adán terrestre y sujeto a la corrupción, se transforma en el último Adán, celestial e incorruptible. Ese proceso comenzó con la resurrección de Cristo, en la que se funda nuestra esperanza de entrar también nosotros con Cristo en nuestra patria que está en los Cielos".